miércoles, 25 de noviembre de 2015

La imagen del Prado habanero de hoy

Contaba el Paseo en la época de inicios del siglo XX con aceras cómodas y bancos, donde descansaban los que lo recorrían a pie. Cinco bandas de música, situadas estratégicamente, dejaban escuchar sus melodías.




Ciro Bianchi
Contaba el Paseo en la época de inicios del siglo XX con aceras cómodas y bancos, donde descansaban los que lo recorrían a pie. Cinco bandas de música, situadas estratégicamente, dejaban escuchar sus melodías.
La estructura del Prado ha permanecido inalterable a través de los años. Pero su parte central era de tierra; no estaba pavimentada, aunque sí lucía árboles frondosos en sus bordes.


 

El paseo central se pavimentó entonces con un bello piso de terrazo. Se dotó el espacio de bancos de piedra y mármol. Las farolas artísticas suministraban al lugar una iluminación excelente. Y se colocaron copas y ménsulas en profusión. Se emplazaron asimismo los célebres leones, ocho en total.

Durante la primera ocupación militar norteamericana (1899-1902) se le introdujeron algunas mejoras al Prado y se sembraron álamos. En tiempos del presidente Zayas (1921-25) se sembraron pinos.
Después de 1925, cuando toma posesión de la presidencia el general Gerardo Machado, su ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes, se empeña en hacer de La Habana una ciudad moderna. Para ello trae a Cuba a J. C. N. Forestier, jefe de jardines, paseos y parques de París, a fin de que haga las recomendaciones pertinentes. La Habana de entonces llegaba hasta el parque Maceo y la Universidad. Aunque ya el Vedado crecía y nuevos repartos se asentaban en el oeste de la urbe.

El paseo central se pavimentó entonces con un bello piso de terrazo. Se dotó el espacio de bancos de piedra y mármol. Las farolas artísticas suministraban al lugar una iluminación excelente. Y se colocaron copas y ménsulas en profusión. Se emplazaron asimismo los célebres leones, ocho en total.
Carlos Miguel construyó el Capitolio. Trazó la Avenida de las Misiones. Diseñó la Plaza de la Fraternidad sobre el viejo Campo de Marte. Proyectó el Hotel Nacional de Cuba. Y, entre otras obras, remodeló el Paseo del Prado.
Se trabajó allí con una celeridad extraordinaria. Al punto que viejos habaneros recordaban que una noche se acostaron con la imagen de los pinos del Prado y, al día siguiente, habían desaparecido para dejar espacio a los laureles que, traídos de la finca La Coronela, se sembraron ya crecidos. El paseo central se pavimentó entonces con un bello piso de terrazo. Se dotó el espacio de bancos de piedra y mármol. Las farolas artísticas suministraban al lugar una iluminación excelente. Y se colocaron copas y ménsulas en profusión. Se emplazaron asimismo los célebres leones, ocho en total. Tomaron como muestra la pieza original que Carlos Miguel había adquirido en Londres, en 1920. Se reprodujeron y fundieron en bronce en los grandes talleres de Gaubeca y Ucelay, en Regla.
Durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, las clases pudientes construyeron sus mansiones en el Paseo del Prado. Cuando las abandonaron para asentarse en el Vedado y en los nuevos repartos del oeste (Country Club, La Coronela, Kholy…) sobrevino una invasión de comercios de lujo, dedicados en lo fundamental al turismo, seguida de otra de oficinas, hoteles, cafés.

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