viernes, 27 de noviembre de 2015

Diciembre de cine latinoamericano en La Habana

Diciembre de cine latinoamericano en La Habana

Más de 400 filmes se proyectarán durante el 37 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que tendrá lugar en La Habana del 3 al 13 de diciembre 

Diciembre de cine latinoamericano en La Habana

Con la proyección del largometraje El Clan, del realizador argentino Pablo Trapero, y la entrega del coral de actuación del pasado año a la actriz Geraldine Chaplin, se inaugurará el próximo 3 de diciembre, en el teatro Karl Marx, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.
Unos 444 filmes serán exhibidos durante la cita, comentó su presidente Iván Giroud, quien también destacó la calidad de las propuestas audiovisuales seleccionadas. “Creo que esta 37 edición va a marcar, realmente, un punto muy alto en la historia del Festival”, afirmó.

Diciembre de cine latinoamericano en La Habana

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La imagen del Prado habanero de hoy

Contaba el Paseo en la época de inicios del siglo XX con aceras cómodas y bancos, donde descansaban los que lo recorrían a pie. Cinco bandas de música, situadas estratégicamente, dejaban escuchar sus melodías.




Ciro Bianchi
Contaba el Paseo en la época de inicios del siglo XX con aceras cómodas y bancos, donde descansaban los que lo recorrían a pie. Cinco bandas de música, situadas estratégicamente, dejaban escuchar sus melodías.
La estructura del Prado ha permanecido inalterable a través de los años. Pero su parte central era de tierra; no estaba pavimentada, aunque sí lucía árboles frondosos en sus bordes.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Aerolíneas, clubes y asociaciones en el Prado de La Habana



Por Ciro Bianchi
Cuando Prado todavía era Prado —décadas del 40 y el 50 del siglo pasado— podía en ese Paseo sacarse pasaje para cualquier parte del mundo. Aunque ya las oficinas de algunas compañías de aviación y de reserva y venta de boletos se habían trasladado al Vedado y en particular a la Rampa —incluso a grandes hoteles como el Havana Hilton, inaugurado en 1958— permanecían en el Prado habanero agencias como Canadian Pacific Airline, en el 454 de la calle, que volaba a Hong Kong, Tokio, Honolulu y Australia y también a Canadá, Europa Central y Sudamérica; Sas, aerolíneas escandinavas, a Suecia y Noruega; Tair llevaba pasaje y carga a Centroamérica; Branft lo hacía al medio oeste norteamericano, Aerolíneas Argentinas, a Buenos Aires, y la British Europan volaba a Londres y a las posesiones británicas en las Antillas. Aeropostal Venezolana (en los bajos del hotel Sevilla) volaba directo a Caracas en lujosos Súper G Constellation y desde esa ciudad conectaba con toda la América del Sur.




No faltaban las oficinas de la KLM, la aerolínea holandesa; y la cubana Aerovías Q, en Prado 12, volaba a Cayo Hueso, Palm Beach e Isla de Pinos y fletaba aviones a todas partes, aquellos míticos Douglas DC-3 de 28 pasajeros, de los que todavía vuelan unos 2 000 en todo el mundo. Cubana Aero Expreso, en Prado esquina a Trocadero, transportaba paquetes y mercancía a Europa (vía Lisboa y Madrid) y también a Nueva York, México, Miami, Haití y Nassau, así como a 20 ciudades cubanas.
Podrían mencionarse otras aerolíneas más, pero el escribidor, también sin ánimo de ser exhaustivo, quiere decir que en la época todavía funcionaba (bajos del Centro Gallego) la oficina de la agencia Dussaq Company Limited, que en 1958 se tenía como la más antigua organización cubana de viajes y transporte; fue fundada en 1876 y se especializaba en viajes internacionales y excursiones a Europa y a cualquier parte del mundo.

Asimismo prestaba servicio (en Prado 20) la American Express Co., una organización de viajes conocida mundialmente que aseguraba reservas y compra de pasajes en todas las líneas aéreas y de vapores, ferrocarriles y ómnibus del mundo entero y programaba excursiones e itinerarios tanto de grupos como individuales.
Los automóviles Porsche y Packard mantenían sus agencias de venta en los bajos del desaparecido hotel de ese nombre, y Guerlain abría su perfumería en el número 157. En Prado tenían sus sedes el Partido Ortodoxo (número 109) y el Partido Demócrata (206). En Prado 111 estaba el Club de Cantineros y la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana, en el número 207. La Asociación de Transportistas Aéreos de Cuba, en el 252. Los centros Andaluz y Montañez, así como la Asociación Canaria, tenían su sede en los números 104, 362 y 201, respectivamente, de esa vía. El Casino Español, en Prado y Ánimas, se creó en 1869 y contaba con 2 304 socios a fines de 1956. Era la decana de las sociedades regionales españolas. En Prado 216 radicaba la Asociación Libanesa de La Habana y en el 258 la Asociación Sirio Libio Palestina.


En la esquina de Prado y Virtudes, el American Club evidenciaba, dice el historiador Carlos del Toro, la presencia de una vigorosa e influyente colonia norteamericana en Cuba. Su antecedente hay que buscarlo en el United States Club, inaugurado en 1899 en el mismo edificio, con el fin de ofrecer un local de reunión a los oficiales norteamericanos destacados en Cuba y a los marinos de la misma nacionalidad que arribaran al puerto habanero. Pero el United States Club no pudo resistir la competencia del Club de Oficiales del campamento militar de Columbia, en Marianao, y cerró sus puertas en 1900. Poco después, tras el asesinato del presidente McKinley, el 6 de septiembre de 1901, el gobernador militar Leonardo Wood, en una proclama dirigida a los estadounidenses radicados en la Isla, lamentaba que no existiese en Cuba una organización norteamericana capaz de asumir el homenaje al mandatario difunto. Sus palabras no cayeron en el vacío y luego de varias reuniones, el 21 de octubre de 1901 en el hotel Pasaje, también en Prado, se constituía oficialmente el American Club, que pasaría a sesionar, con sus 59 socios fundadores, en el edificio de Prado y Virtudes.
A partir de ahí en el American Club se juntaron norteamericanos, cubanos y españoles muy ricos. Una membresía mixta en cuanto a nacionalidad, pero homogénea en su condición social y de clase. No pocos grandes negocios nacieron en los salones de esta sociedad que todavía en 1963, cree recordar el escribidor, mantenía a su portero uniformado y mostraba la bandera de las barras y las estrellas detrás del vidrio de la entrada. El aire acondicionado trabajaba con tal potencia que cuando se abría la puerta el frío se sentía en la acera.



miércoles, 18 de noviembre de 2015

En el Prado, los mejores hoteles y restaurantes de La Habana




En entradas anteriores comencé a contarte sobre el Paseo del Prado, un emblemático sitio de la capital cubana, un sitio con mucha historia y tradiciones, muy cerca de nuestra casa, CASA MAURA, mi casa particular en La Habana, dedicada al hospedaje de viajeros, una casa de renta con el concepto B&B, ubicada en la Habana Vieja.
Hoy continuó compartiendo contigo estos escritos del periodista cubano Ciro Bianchi, esta vez conversando sobre los mejores hoteles y restaurantes de La Habana, que estuvieron en el Prado.
Los mejores hoteles de la ciudad a fines del siglo XIX abrían sus puertas sobre el Paseo del Prado, sitio donde confluían la corriente turística extranjera, sobre todo norteamericana,  y los visitantes del interior.
En el momento de su inauguración, en 1875, en la esquina de San Rafael, el Inglaterra se anunciaba como un hotel enteramente iluminado con luz eléctrica y provisto de elevadores, cuarto de baño en cada habitación, cantina, barbería e intérpretes en todos los idiomas. El Sevilla, fundado en 1908, tenía su entrada por Trocadero, hasta que en los años 20 construyó una torre de varios pisos que anexó al edificio original y extendió sus servicios y dependencias hasta Prado. El hotel Miramar, en la esquina con Malecón, era el más caro de la ciudad.  Pequeño,  pero muy confortable; lujoso, con chefs de cocina franceses  y un orden y limpieza extremados. El Telégrafo disponía de servicio telegráfico exclusivo y teléfono en cada habitación, lo que lo hizo el preferido de hombres de negocio y periodistas extranjeros de paso por la Isla.
Este establecimiento, al igual que el hotel Miramar, era propiedad de Pilar Somoano de Toro. Ambos se descomercializaron por causas que desconoce el escribidor. El Miramar empezó a perder el favor de la clientela hacia 1920 y aquella instalación preferida por el mundo elegante era en 1934 edificio de oficinas —allí tenía la suya  Sergio Carbó, el periodista  más popular de Cuba en ese momento—, hasta que se destinó a  sala de fiestas y a escenario de peleas de boxeo. Todavía en los años 60 estaba en pie: era un caserón oscuro y vacío. El hotel Telégrafo, en 1958, era una triste casa de huéspedes.


Para comer bien restaurantes en el Paseo del Prado en La Habana
Refiere la crónica que el restaurante del hotel Miramar fue uno de los lugares donde mejor se comió en La Habana. Sitios donde comer bien, y a veces mejor,  en Prado nunca faltaron. Muchos recuerdan aún el servicio del Centro Vasco, a comienzos del Paseo, antes de su traslado al Vedado, y las comidas de la Tasca Española, en el número 51 de la calle. El Frascati, en el 357,  se alza todavía en el recuerdo de los que lo conocieron como una casa insuperable de la cocina italiana, poco extendida en la Cuba de entonces.
En el restaurante del hotel Siboney, en Prado  355, preparaba el entonces muy joven Gilberto Smith platos de cocina judía —funcionaba la Unión Hebrea Chavet Ahim, en el número 557—, hasta que, ya con la cocina en la palma de su mano,  pasó a Los Tres Ases, en Prado 356.  Gozaba esa instalación de una clientela selecta: ricos empresarios, políticos de moda, profesionales de sólido prestigio. Entre ellos estaba el  periodista Enrique de la Osa, jefe de la sección En Cuba, de la revista Bohemia, siempre con una copa de Veterano de Osborne en la mano, rodeado de amigos y a la caza de la noticia. Era un cliente espléndido, que recompensaba con largueza el buen servicio. También el ex primer ministro Carlos Saladrigas, ensimismado y taciturno, y Bobby Maduro, uno de los dueños del Gran Stadium del Cerro y de la Financiera Nacional, locuaz y sonriente, satisfecho de la vida. El senador Eduardo Chibás, que nunca dio propinas, se desvivía por las costillas de cerdo Baden, que Smith preparaba para él en Los Tres Ases.

martes, 3 de noviembre de 2015

De cuando se hizo el Paseo del Prado o de Martí en La Habana

De cuando se hizo el Paseo del Prado o de Martí en La Habana
A mediados del siglo XIX


Hola, soy Maura, dueña de CASA MAURA, mi casa particular en La Habana, dedicada al hospedaje de viajeros, una casa de renta con el concepto B&B, ubicada en la Habana Vieja.

La semana pasada comencé a contarte sobre el Paseo del Prado, un emblemático sitio de la capital cubana, muy cerca de nuestra casa, un sitio con mucha historia y tradiciones. No solo es un bello lugar para caminar, es también un lugar ideal para ver y a veces intercambiar con los moradores de esta ciudad. 

El Paseo del Prado o de Martí tal como lo conocemos hoy con su senda central de terrazo, sus bancos de piedra y mármol, farolas, copas y ménsulas, y sus laureles, quedó inaugurado el 10 de octubre de 1928. Un poco después, el 1ro. de enero del año siguiente, se emplazaban los ocho leones sobre sus pedestales. En contra de lo que suponen no pocas personas, ninguno de ellos fue robado jamás.

A fines del siglo XIX, quizá un poco antes, y comienzos del XX, aristócratas, burgueses y profesionales se fueron a vivir al Prado. De la crónica habanera emerge, como vecino del lugar,  el doctor Manuel Piedra, eminente clínico que diagnosticó el primer caso de cólera en La Habana y que salvó la vida milagrosamente al contraer dicha enfermedad. También los médicos Miguel Franca,  Benigno Souza y Joaquín Lebredo, cuyo nombre lleva la maternidad municipal de Arroyo Naranjo. El ingeniero José Toraya y el magistrado Antonio Barrera, a quien siempre habrá que agradecer sus desvelos por mantener viva la obra del narrador Alfonso Hernández Catá. El periodista José María Gálvez, que presidió el Partido Autonomista. En Prado 9, en la casa de su abuela materna, vivió parte de su infancia el gran poeta José Lezama Lima. Antes, en Prado entre Ánimas y Trocadero, tuvo su residencia don Pancho Marty, célebre negrero, dueño del Teatro Tacón y del monopolio del pescado en la capital.

Dos residencias fastuosas se alzan en la esquina de Trocadero, sobre la acera de la izquierda, según se avanza desde Neptuno hacia el mar.

La primera de ellas, que todavía a comienzos del siglo XX se consideraba la más lujosa de La Habana, fue construida por una dama francesa de apellido Scull y adquirida, luego de haberla vivido ella con su familia, por Felipe Romero, conde de Casa Romero, casado con la mayor de las hijas del conde de Fernandina, de quien se dice que es la habanera más bella de todas las épocas.

De cuando se hizo el Paseo del Prado o de Martí en La Habana
Prado y Neptuno a inicios del Siglo XX

Cruzando Trocadero aparece la casa que fuera del mayor general José Miguel Gómez, sede hoy de la Alianza Francesa. Antes, en ese mismo sitio, se alzó la casa de Marta Abreu, que el caudillo liberal demolió para construir la suya.

Las dos casas contiguas a esa fueron también propiedad de Marta; no así, como se insiste en afirmar, la de Prado y Refugio, sobre la misma acera. Esta otra gran mansión la edificó  Frank Steinhart, un norteamericano que arribó a Cuba como sargento y que con el tiempo llegó a ser cónsul general de su país en la Isla  y un acaudalado hombre de negocios, dueño de la empresa de los tranvías. 


En las postrimerías del siglo XIX hubo en ese espacio una vivienda que se singularizaba de manera notable del resto de los edificios de la barriada. Era una casa cuyo piso estaba unos dos metros más bajo que el nivel del Paseo del Prado, por lo que desde la calle se veían, sobresaliendo de la edificación, los árboles frutales y de sombra que la familia que la habitaba tenía en su patio.

 Esa casa se demolió y allí a su gusto construyó Steinhart la suya. Años después del triunfo de la Revolución, todavía la vivía su hija. Quedó sola con un cocinero chino. No se hablaban, ni siquiera se veían. Ella, inválida, ocupaba el piso superior y no podía bajar. Él, también inválido, estaba limitado a la planta baja y no podía subir. Quienes los visitaron entonces recuerdan el ambiente surrealista de la casa, donde parecía que el tiempo se había detenido, y a la hija de Steinhart, muy pálida, en su cama antigua, en una habitación cerrada, donde cortinas de terciopelo impedían el paso de la luz.