A mediados del siglo XIX |
Hola, soy Maura, dueña de CASA MAURA, mi casa particular en La Habana, dedicada al hospedaje de viajeros, una casa de renta con el concepto B&B, ubicada en la Habana Vieja.
La semana
pasada comencé a contarte sobre el Paseo del Prado, un emblemático
sitio de la capital cubana, muy cerca de nuestra casa, un sitio con mucha
historia y tradiciones. No solo es un bello lugar para caminar, es también un
lugar ideal para ver y a veces intercambiar con los moradores de esta
ciudad.
El Paseo del Prado o de Martí tal como lo conocemos hoy
con su senda central de terrazo, sus bancos de piedra y mármol, farolas, copas
y ménsulas, y sus laureles, quedó inaugurado el 10 de octubre de 1928. Un poco
después, el 1ro. de enero del año siguiente, se emplazaban los ocho leones
sobre sus pedestales. En contra de lo que suponen no pocas personas, ninguno de
ellos fue robado jamás.
A fines del siglo XIX, quizá un poco antes, y comienzos
del XX, aristócratas, burgueses y profesionales se fueron a vivir al Prado. De
la crónica habanera emerge, como vecino del lugar, el doctor Manuel Piedra, eminente clínico que
diagnosticó el primer caso de cólera en La Habana y que salvó la vida milagrosamente
al contraer dicha enfermedad. También los médicos Miguel Franca, Benigno Souza y Joaquín Lebredo, cuyo nombre
lleva la maternidad municipal de Arroyo Naranjo. El ingeniero José Toraya y el
magistrado Antonio Barrera, a quien siempre habrá que agradecer sus desvelos
por mantener viva la obra del narrador Alfonso Hernández Catá. El periodista
José María Gálvez, que presidió el Partido Autonomista. En Prado 9, en la casa
de su abuela materna, vivió parte de su infancia el gran poeta José Lezama Lima.
Antes, en Prado entre Ánimas y Trocadero, tuvo su residencia don Pancho Marty,
célebre negrero, dueño del Teatro Tacón y del monopolio del pescado en la
capital.
Dos residencias fastuosas se alzan en la esquina de
Trocadero, sobre la acera de la izquierda, según se avanza desde Neptuno hacia
el mar.
La primera de ellas, que todavía a comienzos del siglo XX
se consideraba la más lujosa de La Habana, fue construida por una dama francesa
de apellido Scull y adquirida, luego de haberla vivido ella con su familia, por
Felipe Romero, conde de Casa Romero, casado con la mayor de las hijas del conde
de Fernandina, de quien se dice que es la habanera más bella de todas las
épocas.
Prado y Neptuno a inicios del Siglo XX |
Cruzando Trocadero aparece la casa que fuera del mayor
general José Miguel Gómez, sede hoy de la Alianza Francesa. Antes, en ese mismo
sitio, se alzó la casa de Marta Abreu, que el caudillo liberal demolió para
construir la suya.
Las dos casas contiguas a esa fueron también propiedad de
Marta; no así, como se insiste en afirmar, la de Prado y Refugio, sobre la
misma acera. Esta otra gran mansión la edificó
Frank Steinhart, un norteamericano que arribó a Cuba como sargento y que
con el tiempo llegó a ser cónsul general de su país en la Isla y un acaudalado hombre de negocios, dueño de
la empresa de los tranvías.
En las postrimerías del siglo XIX hubo en ese espacio una
vivienda que se singularizaba de manera notable del resto de los edificios de
la barriada. Era una casa cuyo piso estaba unos dos metros más bajo que el
nivel del Paseo del Prado, por lo que desde la calle se veían, sobresaliendo de
la edificación, los árboles frutales y de sombra que la familia que la habitaba
tenía en su patio.
Esa casa se demolió y allí a su gusto construyó Steinhart
la suya. Años después del triunfo de la Revolución, todavía la vivía su hija.
Quedó sola con un cocinero chino. No se hablaban, ni siquiera se veían. Ella,
inválida, ocupaba el piso superior y no podía bajar. Él, también inválido,
estaba limitado a la planta baja y no podía subir. Quienes los visitaron
entonces recuerdan el ambiente surrealista de la casa, donde parecía que el
tiempo se había detenido, y a la hija de Steinhart, muy pálida, en su cama
antigua, en una habitación cerrada, donde cortinas de terciopelo impedían el
paso de la luz.
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