Es la madera siempre cálida, el ruido del molino donde,
sin apuros de siglo o de propina, el vendedor empaqueta los pedidos de clientes
que hacen cola en la acera estrechita de la calle O´ Reilly. Es el aroma del
polvo negruzco que se señorea por la estancia y se decide por él mismo,
mientras repaso el menú. Es el carmelita, muy parecido al del café, de las
mesas y las sillas, ventanas, marcos, pared y el dolce non fare niente de un
taxista que, bien no está de servicio, o no le preocupa. Es el calor que le
contagia a la impecable taza blanca, esa soltura del azúcar que le cae encima
repartida en dos cucharadas, por favor, dos. Es el humo que sube como una
escalera de caracol ante mi nariz y ese olor que derrota al polvo hecho
cocimiento. Y es el mismo café, pero es otro. Es el gesto de levantar la taza
hasta los labios, el probar caliente cielo de la boca garganta adentro mientras
por la calle pasa un caminante, se detiene un vendedor, un turista, alguien
compra viandas en el agro que está justo al frente, con otro carmelita que es
otro, pero es el mismo. Es la brevedad del acto, la ración frugal, el reinado
del sabor que queda después, mucho rato, después. Vivir una taza de café, lo
que se dice vivir, es un largo episodio.
Ah!! Cuanta belleza. Este texto no es mio, pero no pude
detener y me vi obligada a reproducirlo!! Lo tomé del blog Habana por dentro de la escritora Dazra Novak. Mil gracias por publicarlo.
Si quieres puedo contarte más del Café O´Reilly. Escríbeme
y lo tendrás en una próxima publicación de este blog.
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