martes, 3 de noviembre de 2015

De cuando se hizo el Paseo del Prado o de Martí en La Habana

De cuando se hizo el Paseo del Prado o de Martí en La Habana
A mediados del siglo XIX


Hola, soy Maura, dueña de CASA MAURA, mi casa particular en La Habana, dedicada al hospedaje de viajeros, una casa de renta con el concepto B&B, ubicada en la Habana Vieja.

La semana pasada comencé a contarte sobre el Paseo del Prado, un emblemático sitio de la capital cubana, muy cerca de nuestra casa, un sitio con mucha historia y tradiciones. No solo es un bello lugar para caminar, es también un lugar ideal para ver y a veces intercambiar con los moradores de esta ciudad. 

El Paseo del Prado o de Martí tal como lo conocemos hoy con su senda central de terrazo, sus bancos de piedra y mármol, farolas, copas y ménsulas, y sus laureles, quedó inaugurado el 10 de octubre de 1928. Un poco después, el 1ro. de enero del año siguiente, se emplazaban los ocho leones sobre sus pedestales. En contra de lo que suponen no pocas personas, ninguno de ellos fue robado jamás.

A fines del siglo XIX, quizá un poco antes, y comienzos del XX, aristócratas, burgueses y profesionales se fueron a vivir al Prado. De la crónica habanera emerge, como vecino del lugar,  el doctor Manuel Piedra, eminente clínico que diagnosticó el primer caso de cólera en La Habana y que salvó la vida milagrosamente al contraer dicha enfermedad. También los médicos Miguel Franca,  Benigno Souza y Joaquín Lebredo, cuyo nombre lleva la maternidad municipal de Arroyo Naranjo. El ingeniero José Toraya y el magistrado Antonio Barrera, a quien siempre habrá que agradecer sus desvelos por mantener viva la obra del narrador Alfonso Hernández Catá. El periodista José María Gálvez, que presidió el Partido Autonomista. En Prado 9, en la casa de su abuela materna, vivió parte de su infancia el gran poeta José Lezama Lima. Antes, en Prado entre Ánimas y Trocadero, tuvo su residencia don Pancho Marty, célebre negrero, dueño del Teatro Tacón y del monopolio del pescado en la capital.

Dos residencias fastuosas se alzan en la esquina de Trocadero, sobre la acera de la izquierda, según se avanza desde Neptuno hacia el mar.

La primera de ellas, que todavía a comienzos del siglo XX se consideraba la más lujosa de La Habana, fue construida por una dama francesa de apellido Scull y adquirida, luego de haberla vivido ella con su familia, por Felipe Romero, conde de Casa Romero, casado con la mayor de las hijas del conde de Fernandina, de quien se dice que es la habanera más bella de todas las épocas.

De cuando se hizo el Paseo del Prado o de Martí en La Habana
Prado y Neptuno a inicios del Siglo XX

Cruzando Trocadero aparece la casa que fuera del mayor general José Miguel Gómez, sede hoy de la Alianza Francesa. Antes, en ese mismo sitio, se alzó la casa de Marta Abreu, que el caudillo liberal demolió para construir la suya.

Las dos casas contiguas a esa fueron también propiedad de Marta; no así, como se insiste en afirmar, la de Prado y Refugio, sobre la misma acera. Esta otra gran mansión la edificó  Frank Steinhart, un norteamericano que arribó a Cuba como sargento y que con el tiempo llegó a ser cónsul general de su país en la Isla  y un acaudalado hombre de negocios, dueño de la empresa de los tranvías. 


En las postrimerías del siglo XIX hubo en ese espacio una vivienda que se singularizaba de manera notable del resto de los edificios de la barriada. Era una casa cuyo piso estaba unos dos metros más bajo que el nivel del Paseo del Prado, por lo que desde la calle se veían, sobresaliendo de la edificación, los árboles frutales y de sombra que la familia que la habitaba tenía en su patio.

 Esa casa se demolió y allí a su gusto construyó Steinhart la suya. Años después del triunfo de la Revolución, todavía la vivía su hija. Quedó sola con un cocinero chino. No se hablaban, ni siquiera se veían. Ella, inválida, ocupaba el piso superior y no podía bajar. Él, también inválido, estaba limitado a la planta baja y no podía subir. Quienes los visitaron entonces recuerdan el ambiente surrealista de la casa, donde parecía que el tiempo se había detenido, y a la hija de Steinhart, muy pálida, en su cama antigua, en una habitación cerrada, donde cortinas de terciopelo impedían el paso de la luz.

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